El sueño que resolvió un crimen: una madre envenenada habló desde el más allá

Era apenas un adolescente cuando viví una experiencia que marcaría mi vida y mi destino. Por entonces, tenía una amiga muy cercana, una muchacha dulce y fuerte que acababa de perder a su ser más querido: su madre. Ella había quedado bajo el cuidado de su abuelita, una mujer bondadosa pero ya muy anciana, que apenas tenía fuerzas para cuidar de sí misma. La realidad era dura: mi amiga, en su dolor, también debía hacerse cargo de su abuela.

Lo inquietante vino después. Habían pasado ya tres meses desde la muerte de su madre, cuando comenzaron a asediarla unos sueños extraños y perturbadores. No eran simples sueños. Eran pesadillas repetitivas, intensas, que la despertaban en llanto, con el corazón oprimido. Me confesó, entre lágrimas, que estaba convencida de que su madre intentaba decirle algo. Un mensaje, una advertencia… pero no sabía cómo entenderlo. Y fue entonces cuando me lo contó.

En su sueño, su madre aparecía sentada frente a un espejo, peinando lentamente su cabello. A su lado, una sombra femenina se desdibujaba, como si fuera parte del reflejo y no del mundo real. La sombra vertía algo en su taza de té, día tras día. Cada vez que su madre tomaba un sorbo, sus ojos se llenaban de tristeza. El cabello, antes brillante, caía en mechones, y su piel perdía color. La escena se repetía en distintos escenarios: el salón de belleza, su cocina, incluso en un jardín marchito. Siempre la misma taza, siempre la misma sombra, siempre el mismo destino.

A pesar de mi corta edad y escasa experiencia, quise ayudarla. Me senté con ella, repasé cada detalle del sueño, y puse en práctica lo poco que había aprendido sobre interpretación onírica. Fue así como llegué a una conclusión inquietante: su madre no había muerto por causas naturales. Había sido envenenada.

Mi interpretación señalaba que la responsable era alguien cercana, alguien del entorno laboral. Su madre era peluquera, muy querida y reconocida en el barrio de Santa Cruz por su talento. Las clientas la preferían por su amabilidad y manos prodigiosas. Sin embargo, trabajaba en un salón que no era suyo. La dueña, celosa por el cariño y las ganancias que generaba la madre de mi amiga, había empezado a envenenarla lentamente.

Lo que comenzó como una interpretación fue ganando fuerza. Mi amiga, armada de valor y dolor, compartió sus sospechas con la policía. Al principio, los investigadores no le dieron importancia. ¿Un crimen revelado en sueños? Sonaba ridículo. Pero ella insistió. Y entonces, entre búsquedas y análisis, encontraron rastros de una sustancia tóxica en los utensilios de té del salón. La verdad salió a la luz.

La mujer fue detenida. Confesó. El motivo: la envidia. No soportaba ver cómo todos adoraban a la madre de mi amiga, cómo su presencia eclipsaba la suya.

Aquel caso cambió mi vida. Confirmó que los sueños, cuando son verdaderos, pueden ser puertas abiertas al más allá. Nos enseñan, nos advierten, y a veces, nos guían hacia la justicia. Pero también comprendí que tener un don psíquico no es un privilegio ligero. Es una responsabilidad profunda. Interpretar los sueños no es simplemente descifrar símbolos: es entrar en el alma del que sueña y, a veces, tocar los hilos invisibles del mundo espiritual.

Desde entonces, supe que mi camino estaría ligado al misterio, al alma humana… y a los mensajes que llegan cuando el mundo duerme.

Angel Bautista Calixto
Parapsicólogo – Consejero Espiritual