El reciente intento de golpe de estado en Bolivia, liderado por el ex general Juan José Zúñiga, es un recordatorio preocupante de la vulnerabilidad de las democracias en América Latina. Este evento no solo resalta las fracturas internas y los desafíos económicos de Bolivia, sino que también lanza una señal de alerta sobre la estabilidad y la supervivencia de las democracias en la región. A la luz de los patrones históricos de inestabilidad política en Latinoamérica, el intento de golpe en Bolivia puede ser visto como un espejo que refleja las amenazas latentes para otras democracias de la región, incluyendo la chilena.
Bolivia ha sido, históricamente, uno de los países más inestables de América Latina en términos de golpes de estado. Desde 1950, ha sufrido 23 intentos de golpe, 11 de los cuales fueron exitosos. El más reciente, antes del incidente de 2024, ocurrió en 2019, cuando el presidente Evo Morales fue depuesto en un contexto de acusaciones de fraude electoral y presiones militares. Este antecedente inmediato crea un ambiente propicio para la desestabilización, exacerbado por el panorama político y social sumamente frágil en Bolivia. El presidente Luis Arce enfrenta no solo desafíos económicos severos, como la escasez de dólares y combustible, sino también una fuerte rivalidad interna dentro del MAS, entre sus seguidores y los leales a Morales. Esta división debilita la capacidad de gobernar y crea un caldo de cultivo para intentos de desestabilización.
La respuesta rápida y efectiva del gobierno boliviano, que en cerca de tres horas logró sofocar el golpe, es un indicio positivo de la cohesión y lealtad de sectores importantes de las fuerzas armadas al orden constitucional. Sin embargo, la teoría de que este intento podría haber sido un autogolpe, diseñado por Arce para consolidar su poder frente a las divisiones internas y la presión de la oposición, añade una capa de complejidad al análisis. Al margen de las especulaciones, el hecho es que hubo un intento por socavar la democracia.
El fenómeno del «espejismo político» o “efecto dominó”, donde los eventos políticos en un país latinoamericano tienden a replicarse en otros, es particularmente relevante en este contexto. Ejemplos recientes incluyen tentativas fallidas como las sucedidas en Venezuela en 2002, Honduras en 2009, Ecuador en 2010 o Bolivia en 2019. Las democracias en América Latina han mostrado consistentemente un apoyo limitado en términos de cultura política, con encuestas reflejando una preferencia creciente por regímenes autoritarios en tiempos de crisis o baja capacidad de respuesta del sistema político. Este debilitamiento institucional interno es una tendencia peligrosa que puede llevar al colapso de las democracias sin necesidad de intervenciones militares directas, como lo era más propio en el siglo XX. El intento de golpe en Bolivia es una alarma para la región, evidenciando que las democracias pueden ser socavadas desde dentro, a través de la erosión de las instituciones democráticas y la polarización política.
Para Chile, y para toda América Latina, el evento en Bolivia subraya la necesidad de fortalecer las instituciones democráticas y promover una cultura política que valore y proteja la democracia. Chile, con su propia historia de golpes de estado y una democracia que ha enfrentado sus propias pruebas, debe aprender de estos eventos para no repetir errores pasados. La solidaridad regional y el apoyo internacional, como se vio en la condena unánime al golpe en Bolivia, envía una señal clara a posibles golpistas de que no habrá apoyo ni simpatía internacional para tales acciones.
El intento de golpe en Bolivia es un recordatorio de la fragilidad de las democracias en América Latina. Si bien la respuesta rápida y efectiva del gobierno boliviano es un signo positivo, la situación resalta la importancia de mantener un enfoque constante en el fortalecimiento de las instituciones democráticas. La región debe aprender de este evento y trabajar conjuntamente para asegurar que las democracias no solo sobrevivan, sino que prosperen en un entorno global cada vez más complejo y desafiante. La estabilidad democrática en América Latina depende de nuestra capacidad para resistir las amenazas internas y externas, y de nuestra voluntad colectiva para proteger y promover los valores democráticos.
Alan Sepúlveda Rodríguez
Académico de la carrera de Administración Pública
Universidad Central Región de Coquimbo