Este año, bajo el lema “Comienzos saludables, futuros esperanzadores”, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha centrado su campaña en la importancia de dar prioridad a la salud y el bienestar de las mujeres a largo plazo, con especial atención a la salud de la madre y el recién nacido. Este llamado no puede ser ignorado: los primeros momentos de la vida —y las condiciones en las que se materna— son determinantes para la salud física, mental y emocional no solo de quienes nacen, sino también de quienes cuidan.
En este marco, la salud mental perinatal debe ocupar un lugar central en las estrategias de salud pública. Se trata de una etapa especialmente sensible, en la que se entrelazan los cambios biológicos, emocionales, vinculares y sociales que conlleva la gestación, el parto y el puerperio. Ignorar esta dimensión es perpetuar un modelo que relega el sufrimiento psíquico materno al ámbito privado, individualizándolo, invisibilizándolo y desatendiendo su enorme impacto en el desarrollo infantil, los vínculos tempranos y el entramado social.
Adoptar una perspectiva de promoción y prevención en salud mental perinatal significa actuar antes de que los malestares se profundicen. Implica ofrecer contención emocional, acceso a información clara, espacios de escucha y acompañamiento respetuoso desde el embarazo, junto con redes de apoyo comunitario y servicios accesibles. Estas acciones no solo mejoran la experiencia de maternar, sino que previenen consecuencias más complejas a futuro, tanto para la madre como para su bebé.
Pero no todas las personas viven la gestación o la crianza desde el mismo punto de partida. Una mirada interseccional nos obliga a considerar cómo la pobreza, el racismo, la migración, la juventud, la diversidad sexual o las condiciones laborales precarizadas moldean la experiencia perinatal. Quienes enfrentan múltiples formas de discriminación suelen tener menos acceso a atención oportuna y de calidad. Por eso, hablar de salud mental perinatal también es hablar de justicia social y de derechos humanos.
En este sentido, resulta indispensable avanzar hacia políticas públicas que integren la salud mental perinatal como una prioridad, con enfoque de género, territorial y culturalmente pertinente. No se trata solo de formar más profesionales, sino de transformar los modelos de atención: pasar del paradigma biomédico individualizante a uno sistémico, comunitario y relacional, que comprenda que el bienestar emocional se construye en vínculo con otros, en condiciones materiales dignas y en entornos libres de violencia.
Cuidar la salud mental de quienes maternan no es un lujo ni una tarea secundaria: es una inversión ética, sanitaria y social. Es proteger la posibilidad de un buen comienzo para todas las personas, sabiendo que esos primeros tramos de la vida dejan huellas profundas y duraderas. Porque asegurar comienzos saludables no solo transforma el presente, sino que habilita futuros verdaderamente esperanzadores.
Por Yanira Madariaga Baeza, académica Facultad de Medicina U. Andrés Bello.