¿Qué somos los aymaras? Un llamado desde nuestra esencia y nuestro tiempo

Durante más de quince años he caminado junto a hermanas y hermanos aymaras, y también junto a personas que, sin tener un origen directo, se sienten aymaras desde su espíritu y compromiso. Hemos compartido la ardua pero hermosa tarea de rescatar, recuperar y restablecer nuestra lengua y nuestras tradiciones, muchas veces invisibilizadas o reducidas a lo folclórico. Y en ese caminar, surgen con frecuencia preguntas profundas de quienes nos observan, nos apoyan o simplemente sienten curiosidad: ¿Qué somos los aymaras? ¿Qué espíritu movió al gran Imperio Incaico, donde fuimos un pilar fundamental? ¿Qué somos hoy en el mundo globalizado?

Responder a estas preguntas no es tarea sencilla, pero es urgente. No somos solo una etnia, ni un conjunto de costumbres heredadas. Somos una nación viva, con pensamiento, historia, espiritualidad y un profundo sentido de comunidad. Nuestra identidad no se limita a los territorios andinos de Bolivia, Perú, Chile o Argentina, donde florece nuestra presencia; somos una nación transfronteriza porque nuestras raíces no se ajustan a los límites coloniales: se expanden por la memoria, el idioma, la espiritualidad y la resistencia.

En tiempos del Imperio Incaico, los aymaras no fuimos simplemente conquistados o absorbidos; fuimos aliados, artesanos de la organización comunitaria, agricultores del altiplano, sabios del tiempo y del agua, tejedores de calendarios cósmicos. El espíritu que nos movía era el de la reciprocidad (ayni), la complementariedad (chacha-warmi), el equilibrio con la naturaleza (pachamama). Era un espíritu profundamente humano y espiritual, donde el individuo se entendía parte de un todo mayor, en armonía con los cerros, las estrellas y los ciclos de la vida.

Hoy, ese mismo espíritu nos impulsa a hablar en foros internacionales, a formar escuelas de lengua aymara, a organizarnos políticamente, a emprender económicamente desde nuestras cosmovisiones. No como un ejercicio nostálgico, sino como una acción política y cultural para afirmar que existimos y que aportamos activamente al presente.

Nuestra naturaleza humana y espiritual se expresa en nuestro idioma, que no es solo medio de comunicación, sino forma de ver el mundo. En el aymara no se impone: se dialoga. No se posee la verdad: se comparte. Nuestros pensamientos evocan esa memoria colectiva, esa sabiduría ancestral que ha sobrevivido siglos de colonización, silenciamiento y discriminación.

Hoy somos gestores de nuestro destino. Ser aymara no es una condición pasiva, es una decisión activa. Y eso lo entienden cada vez más hermanos que, aunque nacieron lejos del altiplano, sienten en su corazón el llamado de la montaña, el murmullo del viento del sur, la claridad de una palabra dicha desde el alma: Jiwasa, “nosotros somos”.

Por eso trabajamos en lo político, social, educativo, económico y espiritual. Porque nuestra causa no es aislada: es una contribución a la humanidad. En un mundo que busca sentido, sostenibilidad y comunidad, los pueblos originarios, y en particular el pueblo aymara, tenemos mucho que decir.

Somos presente con memoria, somos futuro con raíz. Somos aymaras.

Por Juan Carlos Hernández Caycho
Vocero de la Alianza Mundial Aymara (AMA)