En el cambiante escenario político, el término “darse vuelta de carnero” emerge como una metáfora vívida que describe la flexibilidad -a menudo criticada- de políticos y partidos al modificar drásticamente sus posturas, opiniones o lealtades. Este fenómeno, lejos de ser una rareza, se ha convertido en una constante dentro de la arena política, donde las convicciones parecen tan volátiles como la dirección del viento.
La expresión, que evoca la imagen de un animal ejecutando una pirueta completa, se aplica a aquellos líderes y organizaciones que, habiendo defendido a ultranza determinadas políticas o ideologías, realizan un giro de 180 grados, adoptando posturas previamente rechazadas. Tales cambios, frecuentemente motivados por el pragmatismo político, ajustes en el clima socio-político o la presión de grupos de interés, suscitan un debate sobre la autenticidad y la confiabilidad de nuestros representantes.
Este fenómeno pone en relieve una disyuntiva fundamental: la brecha entre las promesas electorales y la gobernabilidad real. Más del 80% de los actores en el escenario político se ve atrapado en la dinámica de prometer “el oro y el moro” para captar votos, a menudo comprometiéndose con lo que saben que no podrán cumplir. Este comportamiento subraya una verdad incómoda sobre la política: es mucho más sencillo prometer desde fuera del poder que cumplir estando en el mando.
Los adversarios políticos no dudan en aprovechar estas “volteretas” para desacreditar a quienes están en el poder, sin reconocer la complejidad inherente a la gestión de cualquier organización. Lo que desde afuera parece ser una traición a los principios, desde dentro puede ser una adaptación necesaria a realidades previamente desconocidas o subestimadas.
La transparencia y la comunicación efectiva son esenciales para mitigar el escepticismo y la crítica. Sin embargo, en el opaco mundo de la política, donde los secretos y las estrategias son moneda corriente, este ideal parece inalcanzable. La política, en su esencia, implica navegar en un mar de incertidumbres y secretismos, donde lo único cierto es la incertidumbre.
Quizás, en este contexto de “animales racionales” que juegan al juego del poder, lo que falta es un refrán que encapsule la naturaleza cambiante de la política, una que recuerde a votantes y políticos por igual que el cambio es la única constante. ¿Pero cuál sería el adecuado? ¿Existe acaso un dicho que pueda abarcar la complejidad de cambiar de rumbo en nombre del bien común, o es este un arte que aún carece de su proverbio?.
En la búsqueda de respuestas, la sociedad se enfrenta al desafío de discernir entre la evolución ideológica legítima y la mera conveniencia política. Mientras tanto, “darse vuelta de carnero” permanece como un recordatorio de la precaria danza entre principios y poder.
Juan Carlos Hernández
Periodista DEN